Hace poco he acabado de leer la biografía de Michelle Obama y me ha gustado mucho, sobre todo la primera parte. Me ha encantado leer ese momento en el que se convierte en Michelle, cuando sienta las bases de Michelle Obama.
Era de una familia humilde de Chicago y una chica muy estudiosa. Tenía una gran determinación. Era ambiciosa, en el buen sentido de la palabra. Una persona con ganas de desarrollarse y poder contribuir socialmente. Cuando estaba a punto de terminar el instituto, en un momento crítico para aplicar a las distintas universidades, la orientadora de estudios de su escuela le dijo que se olvidara de las grandes universidades porque nunca sería aceptada. Lo decía probablemente porque era negra, pobre y mujer.
Michelle no aceptó esa respuesta y lo intentó de todos modos. No aceptó el no.
¿Sabéis qué pasó? Que no solo estudió en Yale, sino que hizo un máster en Harvard después. Al finalizarlo, la contrataron en uno de los mejores bufetes de abogados de Chicago y allí conoció a Barack. El resto de la historia puede ser más conocida porque es pública: años después, tras verse inmersa en el torbellino de las elecciones, acabó siendo la primera Primera Dama de Estados Unidos negra. Y empezó a liderar los proyectodios sociales y humanitarios que la hemos visto defender durante estos ocho años. Todo esto, comunicando su marca personal y convirtiéndose en el icono que es hoy.
Comenzó errando y se dio cuenta que la marca personal la podía ayudar.
¿Sabéis qué pasó las primeras veces que dio una conferencia o concedió una entrevista?
Lo hizo fatal. Porque no sabía cómo hacerlo, nunca se había preparado para ello. Tampoco sabía muy bien cuál era su sitio ni qué podía hacer desde esa gran plataforma que la vida le había brindado.
Se dio cuenta de que, para aprovechar tan increíble oportunidad, debía decidir qué quería hacer. Debía rodearse de aliados que la ayudaran. Necesitaba adquirir herramientas. Supo que tenía que aprender a desarrollar su marca personal empezando por definir el qué, el cómo y el para quién.
Pidió recursos. Acudió a un equipo de profesionales para que la ayudara a encontrar, definir y desarrollar sus proyectos. También para que se encargasen de su comunicación, su imagen, sus audiencias y plataformas.
Eligió las causas que defender en base a sus intereses. Como, por ejemplo, la alimentación sana.
También lo hizo buscando reciprocidad. Como devolver a las familias de los veteranos algo del gran amor y lecciones que había recibido de ellos.
Y, por supuesto, por identificación y vinculación emocional. Como sus campañas de apoyo a las niñas.
Luego, aprendió a hablar. ¡No es que no supiera hacerlo antes!. Aprendió a comunicar su mensaje, a poner énfasis en sus palabras clave sin perder jamás su naturalidad y estilo personal. Aprendió a hacerlo sin dejar de ser Michelle.
Y, también, a elegir sus espacios en los que podía conectar con sus audiencias clave. Supo que, si quería llegar a los niños, la CNN no era el lugar desde el que recibirían su mensaje. Se fue a Barrio Sésamo, a las escuelas, apareció en dibujos animados…
Y repitió. Repitió y volvió a repetir. Hasta que su mensaje creó esa nítida imagen de su marca personal que nos ha llegado a todos.
Nadie nace sabiéndolo todo. Nadie está totalmente preparado para lo que la vida le deparará. Pero sí que se nace con la capacidad para aprender a hacerlo.
La marca personal es una disciplina que ayuda a definir qué hacer, que ayuda a potenciar el cómo hacerlo y a conectar con las personas a las que se quiere ofrecer nuestro talento.
Y hasta Michelle Obama tuvo que aprender.