Los que me conocen saben que soy muy poco dogmática.
En mis artículos y conferencias sobre la marca personal siempre introduzco un punto de vista sobre «cómo construir una marca de valor», pero dejo abierta la puerta a alternativas diferentes. Porque nada es completamente blanco ni negro. Porque no hay una forma acertada de hacer las cosas y una manera equivocada. Y porque sin el error personal, no existe el acierto; lo que te funciona en unos casos no tiene por qué hacerlo en otros. Lo que vale para unos no sirve para otros.
Hay que probar una y otra vez.
Vivimos en un mundo lleno de dogmas creados por nosotros y por otros. Las verdades irrefutables ofrecen seguridad al ser humano, sin importar si son ciertas o no. Seguridad pero no evolución, porque sin innovación no existe la mejora.
Son aquellos que pensaron de forma distinta, que no quisieron asumir como absolutos los dogmas establecidos los que provocaron el cambio que hizo evolucionar la humanidad.
Podría poner a Galileo de ejemplo, o a Lutero, o Ghandi. Son ejemplos admirables y notorios. Pero también hay que prestar atención a aquellos que con pequeñas cosas también innovaron.
Un ejemplo de ello es la minifalda inventada por Mary Quant. Empezó como una provocación asociado a las chicas jóvenes de los años 60 en U.K. Esta prenda «mini» cambió la forma de vestir de la mujer en el mundo occidental, pero su mayor mérito fue convertirse en el estandarte de la liberación sexual de la mujer.
¿Y cómo innovar? Probando una y otra vez.
Vuelvo entonces a la marca personal. Los que nos dedicamos a esto aportamos estrategias para sacar a la luz el talento profesional de la persona, damos pautas de gestión de la reputación para lograr que el entorno perciba a la persona de forma que le lleve a alcanzar sus objetivos.
¿Cómo se gesta esa reputación? ¿Qué se valora en el profesional?
El talento se mide en función del conocimiento y la experiencia adquirido por esa persona y la capacidad de aplicarlo en un entorno complejo.
Un conocimiento y experiencia obtenido en el día a día, no aprendido tan sólo en libros y escuelas de negocios. Un aprendizaje adquirido de la reflexión sobre aciertos y errores personales.
Un talento obtenido de la prueba y el error.
No tener errores personales que contar es demostrar que nunca se arriesgó o se tuvo la humildad de reconocer que podría haber una forma distinta de hacer las cosas.
Crear una marca personal libre de errores y fracasos es dejar fuera la parte más importante de su talento: la capacidad de errar y por lo tanto de innovar.
No te avergüences de tus errores, sino de no haberlos cometido.
Os dejo con un video de Tim Harford imprescindible: «Ensayo, error y el complejo de Dios«
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Las compañías actuales no perdonan el error, no dan margen a esa innovación nacida de la prueba. Los Consejos de Administración viven asustados por las gráficas del valor de sus acciones. Apoltronados en su sillón y cegados por el «Complejo de Dios» urgen a los directivos a ser conservadores. Los directivos, guiados por el instinto de supervivencia, convierten la prudencia en parálisis.
Sólo recordar que la omisión es una forma de acción.
Si enseñamos a nuestros hijos una única forma de hacer las cosas, les privaremos de encontrar una mejor alternativa que la nuestra.
Si hacemos leyes que impidan cometer errores, también dejaremos fuera la capacidad de innovar para mejorar la sociedad.
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Muy buena defensa del error positivo. Yo cometí errores al arriesgar, pero no estoy en peor situación que los que se quedaron parados y en cambio me he nutrido de una experiencia valiosa.
Suscribo tu elogio y orgullo del error por contraposición a los «dioses» de la perfección que con seguridad enmascaran sus errores de forma interesada (amarrados a la silla!) no exenta de miedo y cobardía a los correctivos.
Llevo largo tiempo analizando mis propios errores, especialmente los que me llevaron a malograr en parte mis proyectos empresariales y por un lado soy implacable conmigo mismo, pues lo que más lamento es el perjuico que se ocasionó a terceras personas, incluso algunas ajenas a la situación, pero en el otro platillo de la balanza colocó todo el coraje, la lucha y el tránsito por zonas de alto riesgo pero de inmenso aprendizaje que nunca hubiera alcanzado con una postura conservadora o pusilánime. No se trata de reprochar actitudes ni talantes, pues por esa misma razón la audacia y el valor de lo conseguido quedan reservados a unos pocos.
Arancha,
El final del mismo es la realidad que vivimos…
La presión por los resultados no te da ese margen de error, no tiene cabida hoy en día. Y en muchas ocasiones te ves coartado aún teniendo ganas de lanzarte a la piscina.
Es ahí donde hay mucho camino por recorrer y son las empresas las que han de poner de su parte. Y no depende del volumen de la organización, sino de las personas.
Dentro del corsé ( que también marcó tendencia ) en el que nos vemos en ocasiones, hay que intentar buscar el punto de olgura para poder avanzar.
Saludos y bravo por tu artículo.